domingo, 25 de noviembre de 2012

Highway to hell I


Highway to hell

I
” And I’m going down all the way
On the highway to hell “
                                    AC/DC

El bus se detuvo de golpe, mis audífonos se desprendieron, me desperté sorprendido, mirando de un lado a otro. Estaba lloviendo  y era de noche. El frío me helaba hasta los huesos, no sabía en qué parte del camino a casa me encontraba, miré por la ventana, solo  vi las gotas sobre el vidrio, bajan perezosas sobre el cristal, dejando a su paso una pequeña estela de agua, lo extraño era que poseían un tono algo ferroso y parecían absorber el fondo negro que estaba detrás: espeso como un abismo, e infinito como la noche sin luna. Alguna parte en medio del campo, sin luces, nada de civilización (ni de vida). Bostecé y me recosté sobre el asiento de material felpudo y azul con unas combinaciones de diversos colores en la cabecera que resultaban poco agradables a la vista. Me puse de nuevo los audífonos (ahora sonaba “Let there be rock” de ac/dc). Cerré los ojos para dormir otra vez. Cuando estaba soñando sentí que alguien se sentó a mi lado. La persona, que aún no había divisado, despedía frío, algo intenso, parecía manar de él una pequeña brisa ártica con pequeñas partículas de hielo, algo imposible y atemorizante. Me acomodé en la silla y abrí los ojos. Lo vi de reojo, usaba una gabardina negra, un pantalón negro y unos mocasines del mismo color, no tenía una gota de lluvia sobre sí a pesar de la tormenta. Su sola presencia me producía incomodidad, decidí pedirle que se cambiara de asiento. Sin embargo me parecía irrespetuoso hacerlo de una vez así que primero armé una conversación.

— Disculpe señor —. Comencé —  No sé dónde nos encontramos, podría decirme cuánto falta para llegar a Bogotá— Suspiró y me miró, sentí que sus ojos vacíos (redundancia sería decir negros) escudriñaron por completo mi alma, junto con un aire gélido que provenía de su aliento. Sus facciones eran agudas y   simétricas.

— We’re going down, all the way — Su voz era grave y áspera. Algo asustado, a pesar de haber entendido, le pregunté — ¿Perdón? —.

 — Me escuchó “we’re going down all the way” —.

— ¿Qué? — me estaba irritando

— Le repito we…—.

— ¿Está jugando conmigo? o ¿qué?,  solo le pido que me diga donde estamos. —Su mirada seguía clavada sobre mí
 — ¿Por qué?
 Alcé  el tono de voz — Sabe qué — me serene antes de continuar — Sólo tengo curiosidad — El sujeto se quedó callado — Señor, por favor— sin razón alguna callé en vez de terminar mi suplica. ¿Por qué debía suplicar?

— ¿Cree  en Dios?

 La pregunta me dejo anonadado — ¿De qué habla? — 
.
— Veo que tiene un escapulario en su cuello.

  Toqué mi cuello al tiempo que decía — Sí, me lo regaló mi abuela... ¿por qué?

Lo señaló y preguntó — ¿Tiene fe en eso? — La pregunta me sacó de mis cabales, ya estaba cansado de ese sujeto, ¿quién se creía para interrogarme? —  Usted no tiene ningún derecho  así que le pido que se vaya a otro puesto o mejor — me empecé a parar — ¡Yo lo hago¡ — grité.

— Ninguno va a ninguna parte —. Sentenció, sereno. El hombre no mostró ningún cambio en su actitud, ni las demás personas que estaban en el bus. Yo estaba gritando y nadie miraba ni nada, ni siquiera el conductor preguntó algo. Todo era tan extraño e irreal.

— Siéntese —. Lo hice —Ahora, respóndame. —

Lo ignoré,   me puse los audífonos, que por alguna razón se habían caído, en ese momento que di cuenta que mi reproductor estaba descargado.

— Que raro— susurré para mí mismo.


— Algo desconcertante — me contestó.
Miré hacia la ventana para evitar cualquier interacción — Puede intentarlo, sin embargo le advierto que tenemos mucho tiempo —. Suspiré frustrado — Tiene razón, ¿Qué quiere? — 

— Responda a la primera pregunta. —. — Sí, efectivamente creo en Dios —. — Entonces ha de creer en el otro —.

 Pregunté algo confundido — ¿A quién se refiere? — Señaló el dedo hacia el suelo — El ángel caído —
 — ¡No¡— exclamé
— Entonces no cree tampoco en el infierno —.

Quería salir rápido del tema así que le expliqué mis pensamientos  al respecto en el menor número de premisas posibles — Yo creo en el señor porque es necesario que exista un creador, pero un tentador, que es ese ser “oscuro” no tiene razón para existir.  Y decir que si se cree en el uno se cree en el otro, es una falacia, a mi parecer.

El sujeto sonrió — Que opiniones más interesantes, ahora saliéndonos del tema ¿sabe qué es el frío? —.

Respondí lo primero que se vino a mi mente — Baja temperatura, supongo —.

 — No — me contradijo — Es la ausencia del movimiento, de la energía, biológicamente, la vida misma. Es el vacío, la oscuridad misma. Mientras que el calor es movimiento, pasión, en resumen: la vida, puede ser tormentoso, doloroso y agobiante. Pero eso es vivir. ¿No?

Sin entender a lo que se refería le pregunte — ¿A qué quiere llegar? —.
— Sabe algo, el hielo, el frío, quema más que el fuego — Hasta este momento no me había dado cuenta del frío, estaba temblando y apenas podía respirar.

— Escuche con atención — Lo hice sin dudar, a mis oídos llegaron sonidos de lamentos desgarradores, gritos de dolor, alaridos de desesperanza, provenían de afuera, entonces lancé una mirada hacia la ventana, creí ver una mano, blanca como el mármol que se deslizaba por el cristal como antes lo habían hecho las gotas.  En ese momento quedé petrificado. El miedo se adueñó de mí.

 No es real —  grité en mi desesperación — Es una pesadilla —.

Ahora el hombre estaba sonriendo más alegre y sombrío que antes — Debería saber lo que ha hecho y lo que se merece por haberlo hecho.

Intenté responderle, hacer algo, mas no pude  mi cuerpo no respondía. Lloré, mis lágrimas me quemaron. — Esto no es real — musité entre llantos y gritos. El hombre se paró de la silla — Esto es una pesadilla,  pero no significa que no sea real.— 
Luego informó:  — Es hora de irme. No olvide lo que ha hecho. Nos veremos pronto. 

El bus se detuvo y él salió.





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